Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Divulgazeral

Una amenaza invisible y subestimada llamada contaminación química

Ecotoxicología
Una amenaza invisible y subestimada llamada contaminación química

La introducción de sustancias potencialmente tóxicas en el medio ambiente constituye una grave amenaza para los ecosistemas y nuestra salud cuyas consecuencias hemos subestimado


A veces salta a la vista si un lugar determinado de nuestro entorno está limpio o se encuentra afectado por algún problema de contaminación ambiental, es decir, si presenta algún tipo de “agente” que altere su pureza o condiciones normales de modo que pueda ser perjudicial para los seres vivos. Por ejemplo, si paseamos por la orilla de un río y observamos espuma o basura flotando en el agua, o esta tiene un aspecto aceitoso y turbio, o si desprende un olor desagradable, enseguida identificaremos ese río (o el tramo en que hemos hecho estas observaciones) como contaminado, y nunca se nos ocurrirá pegarnos un baño o echar un trago de esas aguas. Sin embargo, algunos de los problemas más severos, dañinos y preocupantes de contaminación son imperceptibles para los sentidos, y quizá por ello hemos pasado demasiado tiempo sin prestar la debida atención a sus causas y consecuencias. Nos referimos a la mayoría de los casos de contaminación química.

A veces resulta muy sencillo identificar a simple vista si un lugar determinado de nuestro entorno está afectado por algún problema de contaminación ambiental (Foto: Global Water Forum / CC BY 2.0).

 

Los problemas de contaminación química se producen cuando introducimos en el medio ambiente sustancias químicas potencialmente tóxicas –no olvidemos que la dosis hace al tóxico–. Algunas de estas sustancias tienen un origen sintético y nunca deberían haber llegado a formar parte de la naturaleza. Es el caso de la mayoría de los múltiples contaminantes orgánicos persistentes, llamados POPs por sus siglas en inglés (Persistent Organic Pollutants), que se generan como subproducto de procesos industriales y de combustión o de su uso industrial directo; de las decenas de miles de productos plaguicidas y biocidas que esparcimos activamente por nuestros campos y ciudades para controlar o erradicar otras formas de vida que nos resultan molestas; de los productos químicos de los que están hechos los cada vez más omnipresentes microplásticos; de los productos farmacológicos de uso animal y humano; o de los fertilizantes que acaban alcanzando los acuíferos y los cursos de agua por su uso directo sobre nuestros terrenos agrícolas. Las sustancias químicas que forman parte natural de la corteza terrestre y de los ciclos biogeoquímicos, como los metales pesados y muchos otros elementos químicos, también pueden generar problemas de contaminación al ser liberadas al medio ambiente en cantidades que exceden los niveles basales (y generalmente inocuos) para un determinado medio y entorno. Aunque la contaminación química también puede tener un origen natural –por ejemplo, los volcanes o los incendios forestales emiten gases, partículas y elementos químicos, algunas veces en grandes cantidades– somos los humanos los que causamos los principales problemas de contaminación química que asolan nuestro medio ambiente.

Quizá no sea fácil asociar esta bonita estampa con un problema de contaminación. Pero los residuos mineros son una importante fuente de contaminación por metales pesados, y si no se restauran, pueden contaminar el medio ambiente durante décadas o siglos, incluso tras del cierre de las actividades mineras que los generaron.

 

De entre las diferentes formas de contaminación, la química es una de las más fastidiosas por diferentes motivos. Como avanzábamos, las sustancias implicadas tienen un elevado potencial tóxico, es decir, tienen la capacidad de afectar negativamente a la salud de los seres vivos cuando nos exponemos a ellas a través del aire que respiramos o del consumo de agua o alimentos, o incluso a través del contacto con nuestra piel. A su toxicidad hay que añadir que estas sustancias no suelen presentarse solas: en la mayoría de los casos la contaminación química se debe a una mezcla de sustancias cuyos efectos adversos como conjunto se suman o se potencian.

Buitre leonado (Gyps fulvus) muerto por intoxicación al ingerir un fármaco de uso veterinario a través del consumo del cadáver de un animal doméstico medicado (Foto: Mark Taggart).

 

Muchas de las sustancias que causan problemas de contaminación química se caracterizan además por su persistencia y su potencial para bioacumularse. Esto significa que una vez que son introducidas en el medio ambiente estarán ahí durante mucho tiempo, incluso aunque dejemos de producirlas, y que se van acumulando en los tejidos de los seres vivos poco a poco con el paso del tiempo, lo que provoca un fenómeno de biomagnificación a través de la cadena trófica, al final de la cual estamos los humanos. Por otro lado, muchas sustancias tóxicas no entienden de fronteras, por lo que pueden recorrer largas distancias y dispersarse ampliamente, convirtiéndose en un problema de carácter planetario. Un buen ejemplo de todo ello nos lo proporcionan los POPs y el mercurio. Ambos contaminantes son liberados a la atmósfera desde zonas industriales de Europa y América del Norte (principalmente), pero los encontramos a altas concentraciones en zonas tan remotas del planeta como las regiones circumpolares. Allí se acumulan en la fauna marina (el mercurio convertido en el tóxico metilmercurio) a niveles lo suficientemente elevados como para poner en riesgo su conservación y la salud de los pueblos indígenas que se alimentan de ella. Algunos POPs que dejaron de emitirse hace más de 70 años siguen encontrándose en altas concentraciones en el Ártico hoy en día, lo que nos da una idea de su alta persistencia. Otro ejemplo llamativo es el de los herbicidas con los que el ejército de Estados Unidos roció el 20 % de las selvas de Vietnam durante la guerra que enfrentó a ambos países. Más de 40 años después del conflicto se estima que más de 3 millones de vietnamitas aún sufren los efectos tóxicos de estos productos químicos debido a su presencia en ríos y suelos y a su acumulación en la cadena trófica.

Alguien se dejó un espacio sin tratar con herbicidas en este campo de cultivo. Estos productos químicos pueden ser tóxicos para muchas especies de fauna silvestre, y afectan a su uso del hábitat y a la disponibilidad de los recursos, lo que es especialmente negativo para la conservación de las especies vinculadas con ambientes agrícolas (Foto: Rafael Mateo).

 

La inmensa mayoría de las sustancias químicas que hemos creado para diversos fines no entienden que solo deban cumplir el objetivo para el que fueran diseñadas. El ejemplo anterior sobre los herbicidas usados durante la Guerra de Vietman es ilustrativo en este sentido, ya que los herbicidas se diseñaron para matar a las plantas, pero ello no implica que no puedan resultar altamente tóxicos también para otras formas de vida. Otro buen ejemplo es el de los rodenticidas, que aunque se usan para matar a los roedores que nos causan molestias en nuestros pueblos y ciudades, o a aquellos que pueden causar daños en nuestros cultivos, resultan altamente tóxicos para la multitud de depredadores (“especies no diana”) que se exponen a estas sustancias cuando se alimentan de roedores intoxicados, como las rapaces o los mamíferos carnívoros. Aunque el uso de rodenticidas se asocia a zonas antrópicas, se han encontrado trazas de estas sustancias incluso en animales silvestres de zonas naturales consideradas libres de contaminación ambiental.

Un zorro (Vulpes vulpes) muere intoxicado por ingerir un producto rodenticida altamente tóxico, y el buitre leonado que se alimenta de su cadáver comparte su destino. Este es el tipo de situaciones que podemos generar al introducir productos plaguicidas en el medio ambiente, en este caso con fines ilegales como es el uso de cebos envenenados para el control de depredadores (Foto: Rafael Mateo).

 

Finalmente, uno de los grandes inconvenientes de la contaminación química es que casi siempre pasa desapercibida. Con la excepción de los llamativos eventos fatales con consecuencias evidentes, la contaminación química es invisible, y sus efectos sobre la salud de los seres vivos se manifiestan en silencio, sin llamar la atención, hasta que en algunos casos, por desgracia, es demasiado tarde. El aire que respiramos, el agua que bebemos o los alimentos que comemos pueden contener multitud de sustancias químicas potencialmente tóxicas si proceden de zonas contaminadas o si han sido tratados de forma inadecuada con productos químicos, y a pesar de ello, presentar un aspecto normal que nunca nos induciría a pensar que pueden estar contaminados. Una población de abejas, de nutrias o de buitres puede estar en declive a pesar de que su hábitat no presente ningún tipo de degradación aparente y les proporcione los recursos necesarios para su supervivencia. Pero detrás de ese declive puede estar la exposición a plaguicidas, a contaminantes orgánicos o a fármacos.

El vertido de Aznalcóllar, que tuvo lugar en 1998 por la rotura de una balsa de lodos tóxicos de origen minero, es uno de los desastres medioambientales más graves de la historia de España (Foto: Universidad de Granada).

 

La invisibilidad de la amenaza que supone la contaminación química para la vida también se asocia en ocasiones a nuestra incapacidad para ver o a nuestra falta de responsabilidad y conciencia ambiental. Si vivimos en una ciudad cubierta por una especie de niebla gris que contrasta de forma evidente con el azul del cielo, no nos supondrá mucho esfuerzo mental llegar a la conclusión de que el aire de esa ciudad está sucio, y que esa suciedad se debe a la presencia de partículas en suspensión y de multitud de sustancias tóxicas derivadas de las emisiones del tráfico o de alguna actividad industrial. Sin embargo, muchos ciudadanos seguirán haciendo un uso abusivo de sus coches, y nuestras autoridades competentes seguirán haciendo oídos sordos a la imperiosa necesidad de tomarse muy en serio el control de este tipo de contaminación.

La contaminación del aire no es un mal exclusivo de las grandes urbes. La ciudad de Puertollano, una ciudad castellano-manchega que ronda los 50.000 habitantes, recibe las emisiones contaminantes de un cercano complejo petroquímico, que en función del viento y las lluvias se extienden ampliamente por el entorno.

 

Debemos dejar de subestimar las consecuencias de la contaminación química. De momento, la contaminación atmosférica ya causa más muertes prematuras que el tabaco a nivel mundial: ¡casi 9 millones al año! También sabemos que la exposición a sustancias tóxicas de origen antrópico está detrás del declive poblacional de cada vez más especies de fauna silvestre, ya sea como causa principal o secundaria. Hasta nuestros vecinos los gorriones (Passer domesticus) están en declive como consecuencia –entre otros factores– de la contaminación química. La Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA, European Chemicals Agency) tiene registradas unas 150.000 sustancias químicas para su uso, y a excepción de los productos farmacológicos (cuyo uso y comercialización están sometidos a regulaciones y controles muy rigurosos), solo conocemos teóricamente bien el potencial tóxico y los riesgos medioambientales y sanitarios del 20 % de ellas antes de que entren en el mercado y empiecen a extenderse por la naturaleza. Dado que la economía global está experimentando una “intensificación química” (una creciente producción global de nuevos productos químicos para su uso en cada vez más aplicaciones), concienciar sobre la necesidad de prevenir la contaminación química, adoptar regulaciones efectivas para reducir la emisión de sustancias químicas potencialmente tóxicas al medio ambiente, y monitorizar sus niveles, alcance y efectos en la naturaleza deberían ser una prioridad.

Estudiar la presencia de sustancias químicas en la fauna silvestre y el ganado a lo largo del tiempo, así como sus efectos tóxicos, es de gran utilidad para evaluar si un hábitat o ecosistema concreto están amenazados por la contaminación.

 

La Ecotoxicología es la ciencia que se dedica a estudiar la presencia y los efectos adversos de las sustancias químicas en las poblaciones animales y vegetales, así como de los procesos y factores que afectan a su transporte, transformación y eliminación en el medio ambiente, con el fin de evaluar el riesgo que representan para la vida y las estrategias para minimizarlo. Un campo especialmente inter- y multidisciplinar de las Ciencias Ambientales que en Azeral Environmental Sciences desarrollamos en estrecha colaboración con algunos de los mejores laboratorios de Geología, Química, Fisiología y Toxicología.


 

¿Te interesan las Ciencias Ambientales y la divulgación científica?

¡Subscríbete a nuestra Newsletter en el apartado que encontrarás al final de nuestra web!

 

¿Trabajas en el ámbito de las Ciencias Ambientales, y te gustaría divulgar los resultados de tus trabajos a través de Divulgazeral?

¡Escríbenos a info@azeral.es!

 

¡Síguenos en las redes sociales!

Linkedin | Facebook | Twitter | Instagram | Google+ | Youtube

Busca los hastags #divulgazeral y #azeralenvsci